
Nochvemo
9
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jun. 05, 2025
**Muerte, en todo caso**
Una vez tuve la osadía de comentarle a un grupo de amigos que “Miller's Crossing" era, sin duda, la mejor película sobre la mafia en el Estados Unidos de los años 20 (con el permiso de Billy Wilder y su obra maestra “Con faldas y a lo loco”, claro). Solo recibí abucheos y reproches porque, de forma unánime, los colegas insistían en que la trilogía de “El padrino” era el auténtico paradigma de este género. Y yo sigo creyendo que la joya cinematográfica que nos ocupa aquí y ahora es una incursión única por su planteamiento, y una proeza estilística y narrativa sublime que te atrapa desde el primer fotograma y no te suelta hasta 115 minutos después (y no 9 putas horas). Y me ratifico en la máxima de que “El padrino”, esa saga interminable repleta de talento y mucha pedantería, es más una serie televisiva que una película y, por lo tanto, no juega en la misma liga que “Miller's Crossing”.
La sinopsis sigue a Tom Reagan (un sobrio y carismático Gabriel Byrne), que es el astuto asesor principal de Leo O'Bannion (Albert Finney), el poderoso jefe de la mafia irlandesa de la ciudad. La precaria paz entre Leo y su rival, el gánster italiano Johnny Caspar (Jon Polito), se rompe cuando Caspar insiste en eliminar a Bernie Bernbaum (John Turturro), un jugador oportunista y el hermano del gran amor de Leo, Verna (Marcia Gay Harden). A pesar de las advertencias de Tom, Leo se niega a entregar a Bernie por amor a Verna, desencadenando una brutal guerra de bandas. En un intento por sofocar el conflicto y proteger a Leo, Tom decide poner en práctica un peligroso doble juego, traicionando públicamente a Leo para unirse a Caspar, siempre con la esperanza de manipular la situación desde dentro y ganarse la confianza de Caspar mientras que, en secreto, intenta proteger a Bernie de éste. Es un auténtico juego de ajedrez de engaños y alianzas cambiantes, red de mentiras y violencia, que navega entre lealtades y traiciones.
Este delicioso libreto es ingenioso y laberíntico, y los Coen tejen una trama enrevesada llena de giros y decisiones morales muy turbias en el contexto del sombrío periodo de la Ley Seca. Los diálogos son afilados e inteligentes, se cargan de ironía y un humor negro que asoma en los momentos más inesperados, creando una atmósfera inigualable que es, esencialmente, el sello distintivo y genial de los hermanos Coen.
La dirección de fotografía de Sonnenfeld es simplemente soberbia, con una paleta de colores oscuros y tonos sepia que evocan a la perfección la época y el género. Cada encuadre está meticulosamente compuesto, resultando en imágenes que son auténticas obras de arte, desde los bosques bañados por la niebla hasta los interiores de los bares llenos de suciedad e insolencia.