
Nochvemo
9
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jun. 05, 2025
**Admiración absoluta por John Wayne**
Siempre se ha dicho, porque así se concibió, que “El último pistolero” (1976) del gran Donald Siegel era el auténtico homenaje en vida al enorme icono vaquero John Wayne ya que, lamentablemente, murió meses después del rodaje de aquella cinta que, precisamente, pretendía ser una especie de secuela final de sus múltiples aventuras a lo largo de su carrera. Pero, debido a que esa era una película oscura y pesimista en torno a un viejo y famoso pistolero perseguido por su propia leyenda con consecuencias dramáticas, siempre he querido pensar que la auténtica ofrenda a la grandeza de Wayne ha sido y será “Valor de ley”, del majestuoso Henry Hathaway, del que me enamoré cinematográficamente hablando tras disfrutar enormemente con “Los cuatro hijos de Katie Elder” (1965), “Del infierno a Texas” (1958), “El jardín del diablo” (1954) o la obra maestra “El beso de la muerte” (1948).
“Valor de ley”, de la que existe una reinterpretación moderna, casi calcada plano a plano, realizada por los hermanos Coen, y que no aporta absolutamente nada nuevo, más bien todo lo contrario (jamás pensé que diría algo así de una obra de estos prolíficos hermanos) es otra de las joyas cinematográficas que perduran en el tiempo gracias a su impecable narrativa que, definitivamente, te llega al alma.
Mattie Ross (Kim Darby) es una joven resuelta y extraordinariamente madura para su edad, que contrata al tuerto y legendario alguacil federal Rooster Cogburn (John Wayne) para vengar el asesinato de su padre a manos del forajido Tom Chaney. El problema es que Rooster ya está viejo para aventuras, y prefiere aferrarse a su botella, estirado en la cama de su destartalada cabaña, y en compañía de su igualmente maltrecho gato. Pero Mattie no se da por vencida y, en su infinita tozudez, intenta cuidar de Rooster para que deje de beber y le acompañe en su venganza personal.
La dinámica inusual y fascinante entre Mattie y Rooster es el eje vertebrador de esta obra. Mientras que Kim Darby encarna a la perfección la tenacidad y la inteligencia de Mattie, una joven que no se amedrenta ante nada y que, a pesar de su inexperiencia, demuestra una voluntad de hierro, el contrapunto ideal es el rudo y a menudo ebrio Rooster Cogburn quien, bajo su áspera fachada, oculta un sentido de la justicia y un inesperado afecto por la joven. John Wayne, en una de sus interpretaciones más fascinantes (y por la que obtuvo el único Oscar que atesora), dota a Cogburn de una humanidad compleja, mezclando su bravuconería con momentos de vulnerabilidad. Es imposible imaginar a otro actor en ese papel (de ahí mi objeción respecto de Jeff Bridges y la versión de los Coen).
La aventura de Mattie y Rooster, a la que se une el inexperto ranger de Texas LaBoeuf (Glen Campbell), está salpicada de encuentros peligrosos, paisajes impresionantes y una tensión que se mantiene hasta el final. A Hathaway no le intimida construir escenas de acción emocionantes sin sacrificar el desarrollo de los personajes ni la profundidad temática. La película explora la búsqueda de la justicia, la madurez, y la improbable formación de lazos familiares en un mundo riguroso y violento. Y en el último plano, la admiración, los honores, la recompensa al gran, al mayestático John Wayne se hace realidad en formato cinemascope. Es el gran homenaje visual a una leyenda que todavía tendría por delante 11 largometrajes más por protagonizar.